martes, 11 de septiembre de 2012

El huésped efímero

La velocidad disminuye cada vez un poco más y la direccional derecha palpita apenas incuestionable a través de la gasa húmeda, parecida a un sudario, que cubre con creces desde la apartada Ciudad de los Cielos (antes Lugar de Águilas) hasta Agua de Lluvia, al norte de la Sierra Mazateca. El paredón café cultural, que comúnmente encauza a la imaginación por sobre las viñetas color hierba esmeralda, se encuentra anestesiado por los filamentos líquidos septentrionales que descienden raudos y empapan aquella patria de tierra. Tras todo esto, la primavera recién comienza.
     La carretera pavimentada ha quedado atrás junto con dos horas de curvas sedentarias y sus respectivas cruces católicas adornando la vida de uno que otro acantilado a través de la muerte de uno que otro conductor imprudente. Ahora, la camioneta de mis padres se adentra en el viaje imperturbable de los badenes nómadas, inertes en tiempo de sequía. Las curvas siempre han envidiado a los badenes. Ellos pueden darse el lujo de viajar de vez en cuando, ellas sólo escuchan recelosas los relatos de esos viajes durante 120 minutos a través de las llantas de los vehículos que transitan sobre sus cascadas espinas dorsales. Ellas son residentes permanentes; acerca de ellos nunca se sabe, depende realmente del buen tiempo, buen tiempo como el que hoy —y desde la semana pasada— hace.
     Las luces delanteras del vehículo se balancean sin cadencia propia, están a merced de los deseos indefinidos de la vereda enlodada; traviesa ésta, por cierto. Resulta más fácil, en realidad, andar con un par de pies hambrientos que con maquinaria de doble tracción; la naturaleza es un anfitrión agobiante y la existencia un huésped efímero. De hecho, sólo a dos metros de distancia es posible distinguir el saludo de una silueta cortés, mitad tierra mitad agua, inclinando su ajado sombrero de paja y entreabriendo su sonrisa mellada para que la lluvia golpee en su tostada nuca y el hálito le refresque la garganta.
     Minutos después, el precipicio se muda del lado derecho al izquierdo, el camino se angosta a una camioneta y media por viaje, los badenes se convierten en piedras, un octavo de sol despunta detrás de una montaña vecina, las torres de la iglesia de piedra dan la bienvenida a los recién llegados y bendicen a los que se van (especialmente a los que se van); las cabras, chivos, cochinos, asnos y mulas esconden su chata para guarecer el poco calor que les queda estando refugiados en sus corrales, mientras que algunos perros calados y solitarios andan “allá adelante" para buscar algo más que una planta oaxaqueña que los cubra y deje reposar. Mas, delante de todo esto, la casa gris con escalera externa al primer piso, comúnmente habitada por un trío de personas refulge con aguardiente y cerveza, humo de cigarro barato casi hecho al instante, olor a tamales con hoja de plátano y el barullo de las conversaciones inenarrables que dentro de la piedra y el fango tienen lugar. 
     Adentro, docenas de cajas de cartón y una de madera conversan entre risas ceremoniosas y susurros articulados perennes. No entiendo lo que está sucediendo pero les sigo la corriente con el dahlí correspondiente a la hora del día, que para fines prácticos siempre es el mismo dahlí. Mis tías, tíos, primas, sobrinos, un sinfín de familiares y personas aleatorias se contentan por ver a mi padre (por un lado porque a voluntad es y ha sido el médico temporal gratuito del pueblo y por el otro porque siempre que va, la fiesta lo visita, patrocinada por él, por supuesto... y ésta no será la excepción), en tanto que mi hermano y yo subimos por afuera de la casa a nuestra habitación. Después de deslizar el enrejado, la puerta cerrada de madera se abre, entramos y reconocemos la única cama replegada en una esquina del cuarto; los amplios ventanales de la pared opuesta y adyacente a la puerta tiemblan de frío y el piso de cemento ennegrece con nuestros pasos. La famosa polilla se despabila, aletea incesante hacia el cristal sin mucho éxito y después de casi un centenar de intentos sale por donde acabamos de entrar. 
     Me asomo por una de las ventanas y encuentro un mar de nubes resguardando icebergs de tierra y árboles. Volteo un poco hacia el este para buscar una calavera —perdón carabela— y una catarata se eleva precipitada en dirección al sol descendiente. Me distraigo en la inmensidad y ubico a unos metros, el espacio donde se encontraba la letrina hace varios años, me doy cuenta que la semilla que plantó mi hermano hace un año se ha convertido en mazorca y la caña de azúcar que cuidaba el abuelo se ve casi muerta. Nuestra madre ungida y encrespada nos grita desde el umbral de la puerta para que frente a todos hagamos uso de los altos valores que según ella tenemos. 
     El disgusto de su cara se medio esconde detrás de un gesto estirado similar a una sonrisa al momento que alguien, una mujer, ataviando el viejo vestido de punto que usaba mi madre hace más o menos dieciséis años, se acerca a ofrecernos café de olla hecho por montones y servido en los jarrones que mi padre cortésmente donó. Bajamos apenas con ganas de mezclarnos en un ambiente que desconocemos, abigarrados entre pan de yema de huevo y pan de burro, haciendo uso de un protocolo incorrecto, procurando estrechar las manos de los nuevos integrantes de la familia que cada año se suman (honestamente creo que si sigo viniendo un día habré sido emparentado con todos) que se escapan sumisas dejando únicamente el resquicio de los dedos —algo incoherente con el acostumbrado apretón de manos— para que mi padre, sus hermanas y hermanos, y mi madre arguyan sobre la razón en los tiempos de caos. 
     En la cocina de humazo, leña y barro, catorce señoras intercambian voces aturdidas, mi prima se toma la molestia, tras ver mi rostro de incomprensión, de aclararme:
     -Dicen que por qué hay un hombre guapo en medio de tanta señora, níhpa
     Aunque quizá siempre lo he sabido, respondo: 
     -¿A poco no se puede estar aquí, Mari? 
     -Ahorita no, níhpa. Dicen que te salgas —obviamente seguían susurrándose cosas que más o menos sonaban así: “meh-shri ti-sinh ti-shruquitinahndaih-livi?” A pesar de que mi traducción se basa solamente en sus gestos faciales y corporales, seguro preguntan: "¿qué hace este chamaco aquí en la cocina?". No obstante, entre el estado tan parco en el que viven sus cuerpos, el abuso de los tan próximos rayos de sol, lo fiel y absurdo que resulta su rol de mujer y lo largos que han sido sus tal vez cincuenta años parecen guardianes del sino (y centinelas de la cocina)— que ahorita te sirven de comer —termina de traducir. 
     -Dhi cui-ve tivi gha-zhi-i y-cuahn-cuijh-nah —les dice Mari (o algo así, insisto); todas asienten dispares al instante y me lanzan sonrisas inclinadas al comprender que desconozco sus costumbres. Quito la cuerdita del clavo que sostiene la puerta y me voy. 
     El sonido del mazo barajándose entre borrachos enciende mi cigarro, pero tengo que apagarlo casi al instante porque veo venir a mi madre junto a dos ancianas, cada una con una cubeta repleta de agua en cada mano; seguro fueron al pozo porque hace más de cuarenta y cinco minutos que no la veo. Por el olor ni me preocupo; apesto más a leña quemada que a cualquier otra cosa. Generalmente es un aroma penetrante pero nada desagradable, de hecho hasta memorable es, pero curiosamente el día de hoy se percibe exánime. Debe ser la primavera. ¡No!, debe ser su ironía; quién sabe, ya mañana pensaré en eso. Por ahora debo dedicarme a difundir el dahlí nocturno a toda aquella persona que vea de aquí a donde se encuentra mi cuarto. Intentaré descansar. 
     Tras treinta y tres horas que ocupé en leer libro y medio, comer, dormir, desesperarme por no encontrarle uso alguno a mi smartphone y de escuchar a la banda del pueblo, los que aún permanecen despiertos, ebrios, bien alimentados y no se han ido, encrespan las olas dentro de las botellas para explorar las desventuras de los recuerdos del indígena; sus labranzas, sus actos de medianía que por supuesto vinieron después de los excesos y carencias, y los pedazos de palabras que entre arrojaba y entre comía. Todo esto en el lenguaje incomprensible que ya he intentando reproducir. Ojalá alguien me envíe por frutas o verduras al mercado de Huautla, o se presente alguna coyuntura para subirme en la caja de las camionetas que usan como transporte y sentir el gélido aire restregando mi cara; eso y que por supuesto me distraiga por lo menos un cuarto de día. 
     ¿Qué dicen, mamá?, ¿ma', qué están diciendo?, pregunta mi hermano. Pero mi madre tampoco entiende una palabra y nunca tuvo intención de hacerlo. Mi padre, en cambio, resuelve sus dudas —entre lágrimas de alusión y suspiros de decepción— mintiéndole sobre la naturaleza de la conversación. Resuelve las dudas de mi hermanito mientras resuelve las suyas. Su padre lo había amado como no amó a ninguno de sus otros diecisiete hijos. Las tablas colocadas tanto en el patio como en la azotea de la casa gris vestida de negro son insuficientes para dar asiento a todas las personas que siguen llegando a la conmemoración. Cuanta más gente haya más dinero se ha de recolectar para los viáticos y souvenirs. Aunque no es obligatorio, algunos dan $20.°° y sólo los que tienen más solvencia se arriesgan a aportar $50.°° en medio del olor a flores y bebidas embriagantes. 
     Mi tía me ofrece la oportunidad de ir a recoger una bolsa de maíz allá abajo, cerca de la escuela; la tomo en seguida sin dudarlo. Decido ir por el pequeño sendero para evitar los saludos espontáneos dirigidos a extraños. Sorteo como puedo las ramas pizpiretas que se me cruzan en el camino, aparto la vegetación con mis manos citadinas, piso firme con los guaraches prestados que son absolutamente apropiados para aferrarme a las piedras y evitar resbalarme con el lodo, le encuentro por fin un uso a mi celular (que cargo más por costumbre que por otra cosa) y enciendo la lucecita que hace de lámpara, y repito constantemente nahjmé cuahecahá para no olvidar cómo tengo que pedir el maíz. 
     Mi estratagema de evasión resulta contraproducente. He pasado entre los patios y sobre los techos de las casas, he sido ahuyentado por perros escuálidos y gallos dominantes y también me he visto en la necesidad de rehusar tazas de café. Todas las pequeñas casas están conectadas unas con otras por flujos de tierra tan angostos como un asno y tan largos como la montaña lo permita... Por fin tengo el maíz, pero no sin antes haber sido producto de burla por mi mal hablado mazateco. Lo que ahora me preocupa es el regreso, pese a que es el mismo camino me encuentro con el escollo de la subida. Lo bueno es que de lo cansado que llegaré, seguro dormiré mucho mejor que ayer. 
     Segundo y último día que despierto con los tambores y trompetas retumbando bajo la cama. Entre sueños desadormecía con la imagen de mi padre triste, entrado en aguardiente, destilando memorias por los ojos, abrazando a sus dos hermanas quienes también lloraban. Ayer antes de acostarme se me encomendó la tarea de pronunciar un discurso, así que el día de hoy me lo pasé redactado casi cinco estructuras diferentes con sus respectivas variaciones, hasta que por fin di con la más pertinente para la situación. Tras haber sido testigo de diversas controversias religiosas y económicas, conflictos familiares y de tradición decidí (porque uno siempre cree saber lo que es mejor para el otro) que mi deber es hablar sobre unión, resaltando lo que a él le hubiese gustado escuchar, aunque quizá me equivoque, no lo sé; nunca charlamos lo suficiente como para saber qué hubiera preferido, aunque si lo hubiésemos hecho seguramente no nos habríamos entendido muy bien. De cualquier manera hago uso de lo que recuerdo me han dicho y los exhorto a dejar de culpar las acciones ajenas por lo que uno experimenta. Lo detalló con palabras simples y emotivas e intento generalizar para generar empatía. Quisiera leerlo en mazateco pero tengo el tiempo encima y ya va siendo hora de andar allá adelante y después allá arriba a despedirlo. 
     Lo visten con la ropa de manta que mi padre mandó a hacerle, le colocan su sombrero y una muda por si las dudas; cierran definitivamente su maleta y lo acompañan entre un mar de personas y los dos perros de la familia. Nadie sabe cuántos años tiene en realidad, pero seguro deben ser algo así como los intentos de la polilla cuando la descubrimos dormitando en nuestra habitación. 
     Sólo hasta que se ha ido sacan la basura de esos tres días, según para asegurar su espíritu. Además arrojan la comida que sobró y los restos de ésta a un pozo cavado para ese propósito a pesar de que a ninguna persona a la que le pregunté sabe el porqué, pero así lo hacen; de por sí no tienen mucho que comer y cuando hay un poco de carne la tiran y la cubren para que ningún animal irracional o racional pueda clavarle el diente. Por ahora todo ha terminado; espero impaciente —junto al señor que me regala las cervezas que mi padre compró— a que el resto de los asistentes siga con sus vidas. A que dejen de rememorar la vida y a que los senderos se iluminen un poco más con la mirada de la luna y las cientos de lámparas de mano que me persiguen para evitar caer allá abajo donde se encuentra la casa gris que perfectamente veo desde aquí, desde esta altura, con un poco de esfuerzo, ésa y otras más. Lástima que quienes habitan en este largo terreno de esperanza no puedan contemplar esta patria de tierra. 
     Entre la neblina y la imagen del nuevo trío con forma de dúo despidiéndonos, regresamos por donde llegamos. Casi todo sigue igual: los baches, la niebla, las personas, las ideas, las cruces, las curvas, la lluvia. Pienso en la luz de mis palabras durante mi discurso y en su inmediata opacidad por la habilidad del traductor y de fondo, muy al fondo, me pierdo en una conversación ajena y escucho a mi madre decir: 
     -¿Cómo se les ocurre bajar al piso a una persona moribunda y dejarla en un pedazo de petate? Deberían dejarlo descansar a gusto en la cama, que siga calientito. ¡Ay, viejo!, por eso no me gusta venir a tu pueblo. ¿Cómo se les ocurre? ¿Acaso no piensan? 
     Disiento con la cabeza por el tonto carácter de su comentario, pero evito los míos para evitar parecer un idiota frente al reciente suceso. Intento distraerme con cualquier cosa, pero sigo pensando en el desaire de sus palabras; me contengo ante el contraste. Mi padre de mirada distante, temperamento racional, sentimientos inexorables, y enfocado al presente replica con apenas ganas de hacerlo: 
     -Pues sí, pero allá lo hacen así. Yo también les dije a mis hermanos que lo dejaran sobre la cama —responde mi padre—. Si me hubieran hecho caso aún le habría alcanzado a… 
     El silencio de la tertulia enmascarada llega a su fin pues el freno que casi toca el asfalto hizo que la camioneta se detuviese en seco. Salvo por el alarido de mi madre y el olor del eco de las llantas quemadas, el paisaje se muestra imperturbable. Los gavilanes vuelan cerca de la ventana que mi hermano tiene a su costado, la pequeña cola de caballo que gotea desde apenas unos metros arriba de nosotros limpia el canalillo donde se mezcla agua de manantial, astillas y aceite de motor. Supongo que lo estoy imaginando, pero puedo escuchar el susurro burlón de la curva que acabamos de pasar remedando a mi padre: 
     -Lo último que hice fue ponerle los calcetines, ¿recuerdas? Le puse sus calcetines en sus pies antes de irme. Evito el morbo que la gente reunida provoca frente a nosotros, mas alcanzo a percatarme de un niño no mayor de 14 años, con su cara de tez color cacao, recostado apacible boca abajo a mitad del carril derecho a unos pies de la enorme montaña que apenas alcanza a cubrir el llanto de una señora, su madre tal vez, al ver encima de su pequeño un árbol de tremendo tamaño arropándolo. Imagino el mismo ritual que se acaba de llevar a cabo en nombre del abuelo; advierto días de pena futura, sollozos inconmensurables, una cruz más limpia y pequeña que las de su alrededor, y otra historia que ha de contar la carretera. Insisto: la naturaleza es un anfitrión agobiante y la existencia un huésped efímero.


martes, 29 de marzo de 2011

La Imagen Física es ¿complicada o simple semiótica?


Todo dependerá de la relación que se desee acotar entre objeto y sujeto cuando se exprese la creación de un discurso. En tanto que algunos dirían que es imposible crearlo sino mejor estructurarlo, otros alegarían a la estructura dentro de un origen creativo y caótico. Sin embargo, para propósitos discursivos es mejor atajar estas estructuras, orígenes, formas y fondos (La Caótica) y creaciones desde la semiótica. Para lo que formulo la siguiente pregunta ¿qué íconos visuales, conscientes, están siendo interpretados con una intención directamente proporcional a la del orador?… de eso pretendo tratar a continuación: o algo semejante con relación a la Imagen Física.
     Después de estar, un poco, inmerso en el estudio de los signos-objetos atajados desde los pensamientos se sabe que en ocasiones no es posible llegar a los signos que permiten consumar el proceso semiótico o, como lo distinguiría Peirce dentro de los tres símbolos que propone: Término o Rema. El asunto es que en ocasiones la ausencia de experiencias, las imposibilidades y la focalización de elementos específicos en contextos determinados impiden “completar” el proceso. No obstante, no es una verdad sino más bien una veracidad que el modo en que se llega al interpretante depende del modo en que es interpretado en la mente del intérprete.
     Dado el conflicto al que estamos expuestos cotidianamente, y que se expuso en el párrafo anterior, el ejercicio de deconstruir, a partir de los ejes semánticos un determinado concepto, que además es rector de la producción dentro de la Imagen Física de un individuo en específico, se dilucidaron no nuevos conceptos sino conceptos neo-posteriori. Es decir, al analizar un concepto a partir de sus sinécdoques materiales, generalizantes y particularizantes, y posteriormente a partir de sus metonimias son interesantes los resultados a los que se accede. Y gracias a este medio se vuelve más factible desarrollar discursos que conciban su significado intentado en las premisas o como el interpretante al cuál esta intencionalmente dirigida la formulación de esas premisas.
     Ahora bien, si se hiciera un despliegue lingüístico del concepto “complicado” resultaría en metonimias de colores, texturas y formas por objeto que permitirían, entonces, ocasionar resultados conscientes con la intención de comenzar en la producción de sensaciones y terminar (regresar) en el lenguaje. Este proceso juicioso de selección si bien tiene lugar a partir de los interpretantes, también lo tiene en la repetición que confirma, reafirma y consolida un discurso definido.
     Para simplificar la comprensión de la glosa anterior, lo más adecuado sería ubicarla en la tríada Estésica, que gracias al cambio en el estado de las cosas es posible que perciban estímulos (directamente intencionados) para provocar reacciones y sensaciones cualinitas que pretendan llevar a los interpretantes de este discurso físico...
     …a identificar símbolos que no tienen una relación de similitud con el objeto y que tampoco se constituye como representamen en virtud de una mera reacción a un determinado comportamiento del mismo. Estos símbolos tienen, respecto del objeto, una genuina relación de representación que se resuelve con la participación relacional de los tres elementos de la tríada Semiósica y que podría decirse cierta capacidad, que es el fundamento, tal que instaure un interpretante en la mente del intérprete. Si se logra esto, los argumentos son, entonces, “interpretantes dirigidos intencionalmente a la formulación de esas premisas”. 
     Con lo anterior, en la tríada de la Retórisis se representa la parte del discurso en donde el juego de sensaciones y signos habituados al pensamiento de los intérpretes traspasa los límites estructurales de la negación a los estímulos y se configura, esta vez, a partir de las seducciones visuales que otorgan, por orden de intención, deducciones sustentadas en un intenso forcejeo de las virtudes de un objeto que se redefine en el sentido común dispuesto a admitir una categoría tratada; pero si se interpretara por la contrariedad de deducción (formas, texturas y colores) fuera del contexto, entonces ahí habría un efecto que no sabría definir con otra palabra que —la metonimia de causa por efecto de complicado— enigmático.

sábado, 11 de diciembre de 2010

México no es un país...

Prometo que lo que estás a punto de leer será diferente, ¡aún mejor y más interesante... voy a intentar transformar tu consciencia!

¿Alguna vez te has preguntado "por qué"?, ¿rechazado las ideas de los demás?, o ¿sentido que nada puedes hacer para remediar lo que hiciste? ¡Oh! ¡Yo sé que sí! Yo sé que sí porque no eres más que una pequeña inútil bolsa de huesos inconforme con lo que ha logrado. Deberías ver tu cara; es la prueba de tu falta de certeza para cambiar las cosas y que solamente eres una persona más entre tantas otras que quizá ni inteligente es y sólo ocupa un lugar más.
     Pero (tiempo) si no quieres escuchar esto acerca de ti, justo éste es el momento para cerrar la página o buscar otra entrada y te aseguro... te aseguro que nadie lo va a notar o pensar que eres débil. Te lo prometo... En cambio, si te quedas por curiosidad, porque te gusta el mal trato o para saber a qué viene todo esto pues ¡felicidades!, eres como todos los demás...
     Ahora bien... ¿crees que tienes mucha suerte porque tienes "amor" y personas que se preocupan por ti? Tú, insignificante bufón sin respeto, ¿en serio crees eso? Yo sé que tu vida parece haber ido bastante bien hasta ahora con algunos lindos recuerdos y otros tal vez más amargos, quizá todavía recuerdas a qué huele o cómo se siente, y sé (porque te he visto alguna vez) que piensas que has sufrido antes de tiempo y que muchas veces es injusto por lo que has pasado. Que eres muy joven para haber estado en esas situaciones, pero por favor sé realista y no te tires a la autocompasión. ¿Quién no ha sufrido y sentido, por breves momentos, aunque sea sólo por breves momentos, que la miseria se apodera de su alma? Y si piensas "yo nunca he sufrido", déjame decirte que estás teniendo una conducta muy pueril y no hay nada peor que que negarse a lo que se supone que eres.
     ¿Qué tal vamos hasta este punto?, ¿bien? ¡Bien!, ¿verdad? Como lo veo esto ha sido un ejercicio catartico que te permite estar en contacto profundo contigo y al mismo tiempo sentir que compartes un trozo de tu vida y experiencias con los demás. ¡Hermoso, ¿cierto?! Justo ahora podría pedirte que reflexiones con lo anterior, pero eso sólo lo hacen quienes tienen el tiempo; en lugar de eso vas a prestar mucha atención a lo siguiente y te vas a relajar. Relajar hasta el punto que te sientas tú. Hasta el punto tener una sensación de paz contigo.
     En perspectiva, nuestra nación, algunas veces se siente de la misma manera. (¡Claro, si pudiera sentir!). Siente que algo dento no funciona y que afuera hay personas criticando. Ha pasado por momentos de crisis y también ha sido partícipe de muchas risas y alegrías, justo como tú. Otras veces quiere rendirse, pero sabe que vale la pena luchar. Merece compañeros mejores y estoy seguro que tiene miedo de volver a perder a alguien más.
     Si lo piensas detenidamente y por más absurdo que pueda parecer, México no es un país. Yo no veo un simple territorio en los mapas. Entonces... ¿qué es, preguntas? Va de nuevo y si aún no logras saber a qué voy voy a explicarlo. México no es un país, es tu familia y siendo así... ¿no serías capaz de defenderla si alguien la insulta?, ¿no te molestaría que alguien le escupiera en la cara a un miembro de tu familia? A mí sí y mucho. ¿Te agradaría que le dijeran fea a tu mamá o idiota a tu papá? (Seguramente alguien ya lo hizo). Es gracioso, hasta cierto punto, que te indignes por la posibilidad, pero es aún más curioso que tú insultes a tu propia sangre. Y déjame decirte que he escuchado personas como tú quejarse y hacer berrinches.
     Además, México aloja varias de las religiones más grandes y pequeñas del mundo. México no es un país, es una oración para los que aún tienen fe y saben que tiempos mejores vendrán con ayuda de los corazones cerca de las personas y las plegarias apuntando hacia un mejor lugar. México no es un país, es el patio de una gran escuela en donde los niños y niñas juegan como tú jugabas antes de que pensaras o te dijeran que es un peligro.
     Que el gobierno apesta, que hay guerras y, por ende, muchas "bajas" diariamente, pues sí, parece que eso también es verdad. Eso... eso no es un país, es la muerte. Es un halo intermitente de lágrimas y penurias que sofocan a la vida y que generan rencores y odio, desagrado y sed de venganza. Son ríos de sangre que recorren a todo el país, desde Baja California hasta Quintana Roo, y lagos de sollozos y dolor que poco a poco secan lo que queda de bondad en algunas personas.
     ¡Ah...!, pero no niegues que toda esa pena te causa dicha, así es: dicha. De nuevo te hace sentir la suerte que tienes de seguir con vida, ¿cierto? Tienes suerte de poder agradecer a quien tengas que agradecerle por otro día que puedes reír junto a quienes quieres, abrazar a quienes casi no ves, besar tanto como puedas, comer y compar impulsiva y compulsivamente si te da la gana y hasta tener sexo si quieres que así sea. Todo eso te hace sentir que aún vives y que todavía tienes una oportunidad.
     Y lo repito, México no es un país, sino sus costumbres y lo que pienses de eso. Tantos colores que en otros lugares serían incoherentes; colores tan bellos y variados de los que podrías escribir miles de poemas si quisieras hacerlo o cantar miles de canciones. Tantos sonidos que armonizan perfectamente y que en otros lugares parecería simplemente ruido. Son las estrellas que no se ven por la contaminación, pero que te sorprenden cuando estás en la provincia. Es el llanto de un recién nacido que promete hacer algo por seguir siendo alegre y despreocupado en un lugar donde parece ya no existir la definición de esas palabras.
     México no es un país, son las batallas ganadas que tenemos sobre otras naciones. El orgullo y la espontaneidad que nos caracteriza. México no es un país, sino todo lo demás (pero tú decides)... En fin, creo que ya es demasiado tarde para decir "y para no hacer esto tan largo...", pero entonces: ¿qué es México?... ¿qué es lo que quieres ser? ¿Cómo vas a demostrar que tienes suerte?

viernes, 29 de octubre de 2010

La muerte se escribe durante la condena

"Un hombre k es acesinado por unos bandídos de noche, en un bosque, o algo por el estilo, tiene asta el último momento la esperansa de salvarse. A abido casos en que un hombre a quien le han cortado el cueyo tiene esperansa todavía, o sale corriento, ó pide que se apiadén del. Pero en otro caso, por el contrario, esa última esperansa, que permite que la muerte sea diez veces menos penosa, es eliminada con toda certeza: la sentencia está hay, y la orrible tortura ésta en que sabes con certeza que no te escaparás, y no ahi en este mundo tortura más grande que esa. Lleve a un soldado a una vatalla, y pongalé delante de un cañón y dispare, y él seguirá teniendo esperansa; pero si a ese mismo soldado se le lée una sentencia de muerte cierta, se volverá loco o romperá a llorar. Quien dice k la naturaleza humana puede soportar esto sin perder la razón?? a qué viene tamaña afrenta, cruel, obcena, inecesaria e inútil??".
     ¿A qué viene tanto atropello necesario? ¡No, no, no! Esa no es la pregunta adecuada, sino ¿tu atención se reclinó sobre la profundidad de las palabras o sobre su superficialidad? Estoy seguro que Dostoievsky, tras leer lo propio, hubiese sufrido como si Nástenka en Noches Blancas nunca hubiese existido; hubiera sido devastador. Así como los corazones pueden quebrarse por la falta de oxígeno y sangre en ellos, así la cabeza puede enloquecer por el exceso de futilidades que provienen de su propio entorno. Es completamente absurda la torpeza de la medianidad y más allá de eso, es nefasto el cordialismo con aquellos que transgreden a sus vecinos. Me importa poco lo "especial" de las personas y si se lastiman por brutos, pero que por la contigüidad se nos atribuyan las carencias de un espécimen que tiene poco que ver conmigo, eso sí me aturde.
     No obstante, estoy a favor de la automutilación verbal, de los océanos creados por la palabra sangre, de los ojos saltones cuando descubren un error verbal, de las esperanzas desechas por una "s" que nada tiene que ver con ella, de los ahí y los hay y los ay en donde el primero quiere ser el segundo y el tercero no sabe si ser él mismo u otro, y antes de que se me olvide prefiero que a los ángeles verbales se les quite su aureola y se les humanice para que sienten el sufrimiento que nos producimos. Repito, estoy a favor de la automutilación siempre y cuando se nos permita ser nuestro propio yugo.
     Por si eso no fuese suficiente aún debemos mirar hacia enfrente mientras subimos por las escaleras que nos conducen a la guillotina, y es obvio que una guillotina no existe si no hay un público impaciente, esperando, por el grito que nunca llega y se transforma desde las entrañas en silencios guiados por el goce fugaz de la muerte. Lo mejor de todo es que la permisibilidad que se ha ido imponiendo es la que permite que lo anterior sea dichoso en esta era ¿Qué tanto más tenemos que sufrir si ya nos hemos arrebatado la dignidad?...
     Mucho. Es la respuesta a la anterior pregunta. Es decir, la mayor condena no es que nos ejecute alguien más a quien ni conocemos. La mayor condena que puede recibir un Hombre es la cuerda de la sentencia que lo aprieta desde el lienzo sobre el que se reclina la cabeza de su alma antes de desfallecer. Se siente desnudo y expuesto (que no necesariamente van de la mano) por mostrarse tal y cómo es detrás de lo que se percibe. Es una expresión de su carácter, de su realidad y más que todo es el cofre que él mismo ha ido diseñando con sus palabras. Es su propio sepulturero. Aunque la exposición de nuestra propia tumba es un buen castigo.
     En realidad, al inicio, la tumba no fue hecha para uno mismo, en cambio fueron creadas para joder a los demás, de ahí que estén bajo el suelo para ser pisoteadas, y sin darse cuenta condenaron con tierra y papel al futuro de todo lo humano y escrito. ¡Pausa!... No quiero que se confundan creando puentes que se sobrepongan al agua cristalina del río de sus cabezas al suponer que todo se resolvería sin papel o tinta -sinécdoques de instrumento por usuario- porque no sería así. Recuerden que menciono que "el cofre que él mismo ha ido diseñando con sus palabras" (debería ser cita bíblica) es decisión convergente que nos confina con una llave insoportable hacia la derivación de los mismos textos de la sociedad.
     Por primera vez estoy totalmente de acuerdo cuando se afirma que al borde de la muerte puedes ver pasar tu vida frente a tus ojos. Tú eres quién elige la cuerda o navaja, hace el nudo o se acomoda, y al final se aventura, como un ciego hacia la luz, a una muerte que nos deja vivir para entender el flujo negro de las letras que se escurren como una hemorragia. Ahora es el momento para que decidas si sigues siendo tú, si dejas de escribir por el resto de tu vida o si aprendes (por breves instantes) a dejar de lastimarte con cada paso que escribes.

miércoles, 8 de septiembre de 2010

La juventud paradójica de los medios de comunicación

Es bien sabido que los medios para comunicarnos trascienden incluso las fronteras del entendimiento humano actual; en otras palabras, no hay certeza (sólo conjeturas) de lo que se supone sucedió cuando comenzaron a generar comunicación. E incluso si empezamos a considerar a la comunicación propiamente desde una época más cercana a nuestros días, podría decirse que los medios ya llevan una gran trayectoria siendo parte de la sociedad. En algunas teorías se afirma que la tecnología se revoluciona cada dieciocho meses, incluso menos. Esto es algo que me invita a pensar en los grandes cambios que se van a desarrollar en la humanidad a partir de la tecnología; tecnología que puede entenderse como el mono del conocimiento.
     En fin, lo que digo es que podríamos convenir respecto a la edad real de los medios de comunicación (cuando surgió algún tipo de lenguaje o el teléfono o la televisión); pero difícilmente, una edad percibida. Un ejemplo (generalizando y omitiendo excepciones): una persona mayor, en años biológicos, probablemente confunda o no comprenda las funciones de ciertos aparatos actuales como los teléfonos móviles más recientes, inclusive las televisiones touchscreen o algunas consolas de videojuegos no sean lo suficientemente sencillas de utilizar para ellos, sin embargo para los futuros jóvenes ni siquiera los impedimentos de edad serán suficientes para que no puedan comprender lo que les pertenecerá en aquel momento. Esto es a lo que me refiero con el título del día de hoy. Las percepciones de las distintas generaciones revelan un entendimiento "jovial" en la manera de comunicarnos.
     Ahora bien, me daré la oportunidad de abrir un paréntesis para decir que no soy ducho en muchas cosas, pero me gusta exponer ideas o predicciones perdidas de cierta razón acerca del progresivo actual o futuro cercano. Muy bien, cierro el paréntesis y además pregunto: ¿cómo es posible hacer de una experiencia virtual algo más próximo a la realidad? o ¿cómo se puede complacer incluso más a la audiencia televisiva o radiofónica, por ejemplo? Ambas preguntas pueden ser respondidas con una respuesta misma, pero de ejecución alterna. Esa solución es el impacto físico y de pertenencia que puede generar la personalización. Hacer que la audiencia o consumidor se sienta uno con el ambiente y las experiencias que él no puede controlar. Repito, quizá esto sea insano y posiblemente criticado por distintos sectores.
     Según los avances tecnológicos, yo propondría (para mejorar la experiencia virtual) un impacto físico. Es decir, si bien ya existen ciertos artefactos que le dan al jugador una sensación de pertenencia como las guitarras, baterías, patinetas, volantes, pedales, pistolas, en fin diversidad de cosas que se conectan a los videojuegos, esa pertenencia sólo es psicológica. El realismo que propongo se da en el cuerpo físico. ¿Qué sucedería si se crearan dispositivos que estuvieren conectados al cuerpo de la persona como los electrodos médicos pero en lugar de que monitorearan el estado físico lo afectaran con descargas eléctricas?, inclusive podrían ser chalecos o yo que sé, cualquier cosa que cubra la parte que será afectada. Lo que propongo es ayudar a la mente con sensaciones, aquello que nos haga sentir más próximos a una experiencia. Personalización.
     Y en el caso de la otra pregunta, lo mismo. Personalización. ¿Cómo lograrlo? Propongo distender un poco de los problemas que pueda generar para el sector, pero yo digo que podrían aplicar lo que se hace en programas infantiles de la televisión o en las estaciones de radio de música pero ahora para el sector de noticias, por ejemplo. Es decir, utilizar la encuesta como una herramienta para clasificar los intereses de la audiencia del canal o estación. Si tanto se dice que los medios de comunicación le dan a la audiencia lo que pida; yo digo que deberían arriesgarse a hacerlo literalmente. Preguntar qué es lo que se desea ver o escuchar al día siguiente en las noticias. Ojo, no estoy invitando a crear falsedad en los noticieros, sólo a enfocarse más en las respuestas del consumidor. Obviamente, habrá cápsulas que sean relevantes y que por el mismo motivo no puedan dejar de transmitirse, pero (repito) dar prioridad a la audiencia.
     Como dije son ideas descabelladas y quizá poco factibles, pero ¿por qué no darle una oportunidad a lo absurdo? Sería nuestro "Frankenstein" moderno. Una creación conflictiva de algún sector que termina por ayudar a otro. La monstruosidad y la prodigiosidad de un transplante: una nueva manera de considerar al público objetivo. Lo importante es mantenerse en una línea de moderación, juicio y precaución. El futuro de la comunicación será el presente del futuro, el pasado del presente y el futuro del pasado. Paradójico, ¿no creen?

viernes, 3 de septiembre de 2010

Te llamaré: ¡mujer!

Que sean los aromas del pasado
la prudencia con la que te enamoras.
Que sea tu sonrisa el ímpetu para procurarme,
y que sean, entonces, mis llamadas
el camino llano que fluye por merecerte.

No calmes esa voz tuya cuando el sentimiento del pecho
aventure con palabras la devoción que yo corresponderé.
Y cuando menos se espere de la nada será que...

Por esa sofisticada delicadeza te haré un verso.
Por esa eterna esencia te creeré divina.
Por esa cordura insaciable te haré razón.
Por tu calidez serás mi amante, por tus labios seré el tuyo.
Por tu armonía te veré rodeada de narcisos y demás flores,
pero por tu belleza te llamaré: ¡mujer!

jueves, 26 de agosto de 2010

¿Qué pasaría si el amor no fuere suficiente?

Debo admitir que, a pesar de todo lo nosperante que pueda ser, el amor es una idea que sigue sorprendiéndome; en este momento, seguramente muchos infantes están comenzando a adquirir gusto por esa palabra, muchos jóvenes están sientiéndolo o mintiendo con ello, la mayoría de los adultos quizá sólo lo piensan y pareciera que para ellos el orgullo ya forma parte intrínseca del amor. Sé que es parte importante del hombre y la mujer, niño o niña, sentir que sienten amor, pero ¿por qué?
     La única pregunta -hasta ahora- no se refiere al porqué de la importancia de este sentimiento, sino al porqué del querer sentir sentirlo. Confieso que soy un pésimo juez; incluso teniendo conocimiento de las ideas, intenciones, conductas, hechos, faltas, personas, etcétera, jamás lograré dar fallo a favor o en contra porque el simple proceso me marea y las perspectivas y manejo del discurso pueden favorecer; peor cuando no conozco. Por esto es que, posiblemente, la ingenuidad me lleva a preguntar de nuevo: ¿por qué?
     Acaso ¿es Algo tan Maravilloso como Ofensivo por su Rareza?, ¿o será que sólo es tan soberbio que la provocación nos intriga? No pretendo contestar nada, sólo plantar curiosidad. Tal vez porque detrás de toda lógica todavía puede ser posible entrever el romanticismo que hace tiempo defendía con caballería pesada y que seguramente sigo defendiendo aunque con distinta armadura y que no me permite responder.
      Para ejemplificar mi punto anterior utilizaré la naturaleza de la soberbia. Muchos no apreciarán la soberbia; lo interesante en eso es el factor humano que imposibilita que cualquiera pueda acceder a ella, por lo mismo provoca intriga. No todos están preparados para alimentarla todos los días y cambiarla si se ensucia con su propia mierda (con el fin de detener las metáforas particulares, piensen en el símil de la soberbia como un bebé). Entonces, a muchos los volvería locos, a otros los volvería "idiotas", incluso para la mayoría sería la destrucción de su carisma y el camino generoso hacia la incoherencia. Aquel verdaderamente soberbio contempla desde lo alto de su subjetivismo y domestica con objetividad y rudeza a los demás. Es complicado estar disponible para los demás cuando se es soberbio.
     A lo que quiero llegar es que si la soberbia, que implica una complejidad virtuosa, ya me es tan rídicula e irrisoria no creo que algo pueda superar el gusto de tenerla y despreciarla, por eso me viene a la mente y después a este espacio: ¿qué pasaría si, por los antecedentes soberbios, el amor no fuere suficiente?. La pregunta no está formulada para implicar que ando en busca de o esperando que, simplemente quiero saber hasta qué punto, un sentimiento hipervalorado, puede probar que estoy equivocado respecto a las relaciones con otros. Sería una gloria comprender la faramalla -o amor- que todos idolatran; sería una gloria saberme perdedor...

sábado, 14 de agosto de 2010

La Idiotez es contagiosa

A manera de regaño y sin intención de ser cortés, ¡qué idiota es la gente! Con un tipo de pensamiento tan lineal que me encabrona porque no puedo tolerar que sólo puedan ver hasta donde su chingado campo de visión apunta. No se permiten apreciar la amplitud de las experiencias que nos rodean; en la escuela o en la casa, incluso en la calle con tan magníficas texturas, olores y colores, y diversidades.
     No puedo alcanzar a entender cómo es que pueden vivir tan alejados del entendimiento de las estructuras sociales o mentales o de cualquier tipo. Y, todavía, me encoleriza mucho más que los mismos estudiantes que están, supuestamente, para aprender y desafiar al mundo y a los paradigmas, se queden con ideas vagabundas y en un vaivén del cual no pueden salir. Incluso da pena el uso de su diccionario que abarca desde la C de cabrón hasta la G de güey; y lo que alego es tan claro como irrisorio que algunos pensarán que comprenden hasta la W de "wey". Qué no daría por encontrarme con más personas inteligentes, más seguido, o siquiera capaces de entender lo que se les dice.
     Además, y es lo peor, no saben que su grado de idiotez es inmenso. Entonces, cuando pretendo elucidar su realidad llamándolos "idiotas" se molestan quesque porque estoy siendo demasiado rudo y grosero. Lo que segundos después me cae en cuenta es preguntarles si es más grosero el que se los diga o el que lo sean. Sin embargo, lo impresionante de esto es que defienden con garra y mazo el estado en el que se encuentran, como si ése fuese el ideal del espécimen humano. Con un carajo, en estos momentos el sólo hecho de pensar en ellos me caga, a tal grado que mi lenguaje corporal habla por sí mismo con el detalle de una nariz arrugada por el hedor.
     Todo les pasa como si no sucediese nada; incluso si hubiese ausencia de hechos o palabras deberían prestar atención a cualquier estadio de la quimera. Al no darse cuenta de las situaciones se pierde conocimiento que quizá sea difícil de recrear en algún otro momento. Y luego alegan que por qué no se les presta atención o por qué no son considerados para tomar buenos puestos. ¿Por qué será?
     Todavía más molesto que al comienzo de escribir esto me pregunto, ¿acaso habrán perdido la capacidad de sorprenderse?, que no se dan cuenta de la magnitud de lo que se les dice. Habrá que analizarlo en la posteridad.