martes, 3 de agosto de 2010

El protocolo excepcional

Diría, muy tenazmente, mi colega Karl Popper y utilizo un pronombre posesivo porque compartimos el saber que una teoría que no se puede refutar es en ese sentido una teoría débil; por tanto y haciendo referencia a lo que nos concierne, en este texto, no podemos estipular como necesaria la convivencia en sociedad, pero que ésta, encima de todo, deba ser pacífica. Si bien es lo único que creemos (léase como queremos) conocer (hasta ahora) eso no lo hace determinante, aunque sí obligatorio y dependiente por nuestra condición de seres sociales, no obstante nos han -y hemos- condenado ante este modo tan normativo al haber generado patrimonios que cada vez nos alejan más y más de la individualidad, tanto que en algunas situaciones no queda otra que transformar la colectividad.
     Desde esta ocurrencia, parece que el protocolo se mueve en una dirección la cual pretende la armonía interpersonal y quizá algunos dirían hasta la intrapersonal, pero esta armonía debió provenir de un caos que, aunque lo parece, no se ha extinguido sino que ha sido etiquetado y hasta subyugado por regímenes y acciones individuales, pero pensadas en la cofradía de utilidad y de vestigios corteses. Es penoso, desde mi entender, que las razones de un pensar egoísta hayan sido apartadas para dar cabida al respeto fausto, sin embargo se ha decidido por conveniencia, en ambos sentidos (pff...), que eso deba ser indicado como lo más refinado y apropiado.
     No estoy negando su "importancia" o afirmando su "nimiedad", sin embargo sí reniego la vanidad que conlleva la etiqueta y apelo la seguridad que aporta ante la imagen de un individuo educado. Empero, lo que ahora me alborota es no saber si denominarlo un mal necesario o bien innecesario puesto que el factor de empuje en el primer caso es la llave -aquella que abre, cierra y confina- de la convivencia social; es decir, la necesidad. Tanto que en el segundo, la falta de esa necesidad, quiero creer, genera bondades o maldades, pero sin las intenciones arbitrarias de un no-querer-carecer-de. Por eso comienzo revistiendo mis palabras con las ropas del falsacionismo, por eso y porque lo considero adecuado para probar ambos puntos.
     Como sea, la oscuridad de las normas protocolarias -y de muchas otras- dejarán de ser eficientes y cederán ante el poder de los referentes sencillos, pero complejos como las excepciones.